((((@)))) El ojO del Camaleón.

Los papeles se pierden, el disco duro corre el riesgo de infectarse con algún virus. Algo peor y bueno a la vez, las ideas se reproducen en la mente como roedores. Y -sin importar lo interesantes que pueden ser- son reemplazadas por otras y relegadas al olvido en cuestión de segundos. Antes de que todo esto pueda acontecer, emplearé este blog.

lunes, noviembre 22, 2004

VALLEJO Y SANTIAGO DE CHUCO (Por Manuel Jesús Orbegozo)

Un texto que escribió Manuel Jesús Orbegozo, el maestro de quien hablo en el post que le sigue... habla de sus dos pasiones: viajar y César Vallejo.


Alguna vez, conocí París, con su famoso Museo de Louvre, sus Campos Eliseos, su Arco del Triunfo y sus Tullerías; subí a la Torre Eiffel y me asomé en los puentes a ver cómo el río Sena se llevaba sobre sus aguas el reflejo de las torres inconclusas de Notre Dame y episodios históricos de la Revoluciòn Francesa. Pero eso no significaba conocer el mundo, porque ahí no había nacido César Vallejo.
Luego, conocí Amsterdam, Oslo, Copenhague y Praga en Checoslovaquia, con sus viejas casas oxidadas y la casa donde vivió Franz Kafka. Si cerrabas los ojos era fácil encontrar al hombre sufriendo la metamorfosis kafkiana hasta convertirse en el insecto despreciable que él imaginó. Y también, adoré al Niño Jesús de Praga, imagen original de la copia que los niños otuzanos adoramos en los perdidos días de nuestra infancia; pero eso no significaba conocer el mundo, porque ahi no había nacido Vallejo.
Y conocí Nairobi y Dakar, la capital negra del Senegal, donde vi al poeta Sedat Seghnor, el día en que recibió a S. M, la reina Isabel de Inglaterra, y vi a las negras senegalesas pasear por las calles de la ciudad con sus mouchoirs enrollados en sus cabezas erguidas y dignas; pero eso no quería decir que habia conocido el mundo, porque en Dakar no había nacido Vallejo.
Y viajé a conocer Pekín y Shanghay y Xian; y conocí la milenaria Muralla China y la Tumba de los Reyes donde se enterraron los emperadores creyendo que todo ese esplendor les iba a durar en la otra vida, y cuán equivocados anduvieron, porque todo fue falso; y conocí la Ciudad Prohibida donde antes sólo vivía el Emperdor y sus concubinas y sus eunucos: y entonces, pensé que ya había conocido el mundo y, sin embargo, no era cierto, porque allí no había nacido Vallejo.
Y conocí Estambul partida en dos por el estratégico Estrecho del Bósforo, y vi sobre el mar los reflejos de las esplendorosas luces de neón como que intentaban resucitar a la legendaria Constantinopla y pensé que con eso ya conocía el mundo: pero ahí no había nacido Vallejo.
Y fui entonces, a Egipto a conocer las Pirámides y la Esfinge y conocí Luxor donde el esplendor de la piedra te deja estático al atardecer cuando se entabla la lucha a muerte entre la luz que quiere supervivir y la sombra que pretende aniquilarla; lucha que te hace pensar en la dialéctica de la vida y la muerte, que viene a ser lo mismo: y pensé que eso era todo el mundo, pero anduve equivocado porque ahí no había nacido César Vallejo.
Viajé a conocer la Acrópolis y me ensimismé observando la perfección de las columnas de mármol del Partenón, su perspectiva y su diseño y la genialidad de los escultores y arquitectos atenienses y aunque no estaba Pericles, se respiraba la grandeza del siglo que vivieron los griegos; y entonces, pensé que ya había conocido el mundo; pero en Atenas no había nacido Vallejo.
Y viajé a Agra, la primera capital de la India de hace 60 siglos y me extasié observando las cúpulas y tocando con mis propias manos la suavidad del mármol del Taj Mahal, cenotafio mandado construir por un soberano triste a nombre de su esposa irrescatablemente muerta de amor. Y pensé que ese era el mundo que pretendía conocer, pero allí no había nacido Vallejo.
Y conocí Bogota, llamada la Roma de América por ser su sede cultural y escenario de cien años de soledad, ahora todo hecho trizas por las FARC; y también conocí la culta capital del Uruguay. Y estuve en los carnavales de Montevideo y de Rio de Janeiro, ex capital de Brasil, con su peñón de Pan de Azúcar que se deslíe todo los días como un terrón de azúcar en el mar de Botafogo, y subí a Urca, el peñón en cuya cúspide se erige un Cristo que abre los brazos para recibir a todos los forasteros del mundo; y pensé que eso era el mundo que me faltaba conocer, pero me di cuenta de que allí no había nacido César Vallejo.
Llegué a Gdansk, a orillas del mar Báltico, 30 grados bajo cero, por donde pasean orondos pelícanos curados del frío, y conocí Varsovia y vi la altivez política de sus ciudadanos y ví a Chopin en mármol y observé la alegría de las hermosas polacas de piernas torneadas, metidas en botas con un diseño de su exclusividad. Pero, eso no era completar mi conocimiento del mundo, porque allí no había nacido Vallejo.
Y alcancé a visitar Londres y fotografié al Big-Beng cuando daba la hora del crepúsculo, y tambiën a Winston Churchill con su bastón camino al Parlamento y la gloria; y crucé el Támesis lleno de aguas pasajeras e historia, y vi el monumento al almirante Nelson, con pintas infamantes escritas con crayones irreverentes por beatneaks de la época, hartos de los códigos de la sociedad occidental. Y, pensé que eso era todo el mundo, pero me equivoqué, porque allí no había nacido Vallejo.
Y fui a Bankok, la moderna capital del reino de Siam y vi cómo era una ciudad atravesada por canales que conducían a un río mayor, el del sexo que lo inundaba todo, porque el mayor ingreso fiscal de Tailandia provenía de la prostitución. Pero las calles estaban saturadas de monjes budistas que las santificaban con sus oraciones y sus hábitos amarillo-epatitis. Pensé que con eso ya conocía el mundo, pero en Bangkok, no había nacido Vallejo.
Y estuve en Hong Kong, una ciudad que parecía Nueva York solo que levantada en una esquina del Asia, ciudad donde los banqueros compraban y vendían hasta su alma. Y vi los barcos anclados en la bahía convertidos en casas flotantes para los anglochinos porque entonces la isla era inglesa hasta cuando le fue devuelta a China después de 150 años de colonialismo. Y pensé que entonces ya conocía el mundo, pero allí no había nacido Vallejo.
Y fui a España, recorrí todos sus rincones: caminé como sobre el cuero extendido de una res, porque eso parece la península ibérica, y disfruté de las gitanerías de la Virgen de la Macarena en Sevilla, y de Córdoba, la nostalgiosa; y de Bilbao y la ETA; y estuve en Granada donde aun resuena la voz de García Lorca y, por supuesto, visité 30 veces Madrid pensando en que con eso ya conocía el mundo. Pero resulta que en España solo escuché –se ha de seguir escuchando- la admonitiva voz de César Vallejo en "España, aparta de mí este cáliz"; pero él, el poeta-poeta César Vallejo, “ay, siguió muriendo”, porque ahí no había nacido.
Conocí Nueva York y subí al Empire State y estuve en Wall Street donde corren todos los ríos de dinero del mundo tratando de igualar en codicia al dólar norteamericano; y vi de cerca a las Torres Gemelas un día hechas polvo por el terrorismo, de lo cual, aparte de la insanía, hemos aprendido la lecciòn de que nada es eterno en la vida y que las torres más altas pueden rodar por los suelos ( “because hight towers go down, but low cottages stand”) y nada sobre la Tierra es indestructible, salvo el amor humano. Y entonces, pensé que eso era todo, que eso era conocer el mundo, pero no fue así, porque ahi no había nacido César Vallejo.
Y entonces, conocí Argel y el desierto del Sahara cuando los marroquíes se disputaban a tiros con los saharahuis un pedazo del desierto infinito; y vi cómo las sombras de los hombres se agigantan sobre las arenas cuando el sol se oculta ceremonioamente en el horizonte. Y dije, ahora sí ya conozco el mundo, pero, había una carencia: ahí no había nacido César Vallejo.
Y estuve en Tahiti donde vi bailar el hula-hula a muchachas cubiertas su cintura y sus senos solo con hojas de palmera y pétalos de rosas; y estuve en Nueva Zelanda y en Australia. En Sidney visité el Opera House, una especie de monumento cultural apoteósico y también me contacté, en el Zoo, con los canguros y las canguras que son las únicas mamás del mundo que no tienen nodrizas que les carguen a sus hijos en el vientre donde ellas los conciben; y pensé que eso era suficiente, que eso era todo ya, pero me di cuenta de que ahi no habia nacido César Vallejo.
Y entonces, dije, voy a a conocer Sudáfrica, y fui en los días del "Apartheid" o la discriminaciòn racial; vi brutalmente partida en dos a una parte de la sociedad humana: en esta mitad los negros y en esta otra mitad, los blancos. Los blancos tenían sus escuelas, sus restaurantes, sus lugares de diversión pública a los cuales, los negros no podían acceder de ninguna manera. Y sentí una punzada en el corazón. Me dolíó mucho que los hombres se discriminaran y que, a pesar de tanta tristeza creí que con eso estaba completando mi conocimiento del mundo. Pero Vallejo, tampoco había nacido allí.
Y fui a México, el país de los charros sombrerones y los corridos de "si Adelita se fuera con otro", y también visité Buenos Aires, justamente cuando los ingleses les ganaron a los argentinos la Guerra de las Malvinas y los vi llorar a mares por las calles Corrientes o Chacaritas, y entonces, pensé que no obstante semejante atropello de lesa humanidad, ese era el resto del mundo que me faltaba conocer. Pero no fue así, porque ahí tampoco había nacido Vallejo.
Y conocí Roma, porque - todos los caminos conducen a Roma-, y ahi estaba la Ciudad Eterna y las ruinas de las obras monumentales que ordenaron construir los emperadores; y ahí estaba el Coliseo donde Nerón y sus pretores se deleitaban viendo cómo los leones destrozaban a los gladiadores y Nerón tocaba la lira mientras ardía la ciudad. Y de paso, conocí el Vaticano donde encontré a Juan Pablo II el día en que abrazó a Lech Walesa, el lider del Movimiento polaco de "Solidaridad"; y pensé que con esa epopeya cerraba mi conocimiento del mundo. Pero, en Roma ni en el Vaticano habìa nacido César Vallejo.
Y entonces, fui a Biafra a ver cómo son las guerras de secesión y cómo los generales de la muerte ponen a los niños como rehenes hasta el exterminio por hambre; y fui a Etiopia sin pensar en que iba a darme cara a cara con la muerte. Cinco mil personas morían diariamente atacadas por una implacable peste natural: la sequía. Era como un castigo de Dios. En Mekele vi morir a cientos de hombres y mujeres, niños, jovenes y viejos tirados sobre las arenas del desierto sahaliano, mientras los médicos lloraban de impotencia ante la muerte y los dromedarios rumiaban su desdicha y lloraban las insólitas muertes de sus pastores Y, con esos dramas, pensé haber llenado mi alforja de conocimientos de la miseria del mundo. Pero, ni en Biafra ni en Mekele había nacido Vallejo.
Y conocí Phon Penh, de la ex Indochina francesa, un rincón ensangrentado del Oriente Lejano. Y conocí el palacio del príncipe Sihanouk empedrado con adoquienes de plata, y visité las ruinas de Angok Thom y Angkor Wat, gigantescos templos levantados en homenaje a Buda sin pensar que alguna vez se iban a convertir en piedras desbaratadas sobre las que crecen hierbas lujuriosas y pasean lagartijitas de color azul. Hablé con Pol Pot, acusado de haber ordenado la muerte de varios millones de campesinos kampucheanos. Y, estuve triste y pensé que, de todos modos, ya había conocido el mundo, pero me di cuenta de que allí, tampoco había nacido César Vallejo.
Y viajé a conocer Amristar, en el norte de la India, dominada por una secta de hombres cáusticos y endurecidos por el fanatismo religioso, los de la secta Sih. Y visité el Templo de Oro o "Golden Temple", como lo llamaron los ingleses mientras regentaban el sub continente, como un feudo. Y varios días después, me enteré de que uno de esos sihs, que conformaba la guardia real de Indira Ganhi, lo había asesinado. Y pensé que ya conocía el mundo y sus cobardías, pero ahí no había nacido César Vallejo.
Y, conocí Pyongyang y Seul, las capitales de las dos Coreas, creadas por inconducta del hombre y de las Naciones Unidas que dividieron a un país en dos a instancias de los Estados Unidos de Norteamerica. Querían que el agua del comunismo no se mezclara con el aceite del no-comunismo. Y entonces, fui hasta Panmum jum, en el Paralelo 38, lugar donde se había firmado un armisticio ignominioso, hace más de 50 años. Y pensé que ahora sí conocía el mundo y sus mezquindades, pero ahi, no había nacido Vallejo.
Y conocí Filipinas y vi de cerca al presidente Marcos, y más cerca aún a Cory Aquino, la mujer que le ganó por KO las elecciones presidenciales lo que significó la caida del dictador y su huída, -como las ratas de un naufragio-, hacia el destierro y la muerte; y pensé que eso era todo el mundo; pero ahi tampoco había nacido Vallejo.
Y fui a Reijiavik, la capital de Islandia, muy cerca al Polo Norte y estuve presente cuando se reunieron allí George Bush y Mihail Gorbachov para ver cómo acababan con sus miedos de desencadenar, cualquiera de los dos, una guerra nuclear que acabara con el mundo; y, además, conocí de cerca la luz polar y dije, ahora si conozco todo el mundo; pero no era cierto porque ahí tampoco había nacido César Vallejo.
Entonces, volé hacia la isla Galápagos de las tortugas gigantescas y las íguanas que parecían herederas directas de los dinosaurios prehistóricos, y conocí a los pájaros- pinzón que le dieron a Charles Darwin la clave para escribir y plantear su tesis sobre la evolución del hombre y de la vida en la Tierra y, precisamente, por eso creí que ya conocía el mundo. Pero me di cuenta de que tampoco estaba en lo cierto, porque ahí no había nacido César Vallejo.
Y cuando regresaba de ver un golpe de estado en el Tchad, me detuve en Moruá, Camerún, a conocer a Oudjila, un rey negro que en pleno siglo XX tenía su harem donde vivía con sus 80 hijos y sus 40 mujeres que lo mantenían como a un rey de bastos; y de paso conocí a Jean Bedel Bokassa, en Banguí. Bokassa se gastó todo el erario público cuando se hizo coronar como Napoleón, aunque la dicha le duró muy poco: el pueblo lo enjuició, aunque sus jueces no alcanzaron a condenarlo a muerte; su propio corazón fue el que lo mató de un infarto. Y dije, ensimismado en el asombro: este es el mundo que me faltaba conocer, pero no fue asi, porque ni en el Tchad ni en el Camerùn ni en Centroáfrica, habìa nacido Vallejo.
Y conocí Moscú. Fui a conocer Moscú en invierno y en primavera. Y vi el Kremlin recortar su silueta en los hermosos atardeceres primaverales asi como ensombrecerse en los atardeceres de invierno. Y me paseé en la Plaza Roja y fijé bien en mi mente la restallante figura de la iglesia ortodoxa de San Basilio, y vi a Lenin tendido como si se acabara de morir. En efecto, asistí a sus funerales políticos luego de que el imperialismo soviético se derrumbara como un castillo de naipes. Y pensé que con conocer Moscú conocía ya todo el mundo, pero ahí, tampoco había nacido Vallejo.
Y entonces, visité Nepal; recorrí las modestas calles de Kahtmandú y observé desde la lejanía las imponentes cumbres de los montes Himalaya y entre estas, al Everest, al que vislumbré desde el Palacio Potala construído en una corniza de Llahsa, Tibet. En Kahtmandú y en Llahsa me dijeron que estaba en el Techo del Mundo, y yo creí que ya no había nada más que conocer que el Techo del Mundo. Pero, ahi no había nacido César Vallejo.
Y, conocí Haití y vi de cerca a los "zombies" -mitad hombres y mitad fantasmas-, como también los vi en Accra, capital de Ghana, en el corazón del Africa, y ví cómo en los barrios populares, los haitianos pobres se mataban por un pilón de agua o una letrina, y ya no estaba Papa Doc, el presidente miserable que hundió a la isla en la mayor pobreza del mundo. Y por extensión pensé que ya nada me quedaba por conocer. Pero, una vez más, me di cuenta de que ahi no había nacido César Vallejo.
Y conocí, Sri Lanka, Colombo, su capital, al fondo de la India; una isla como una lágrima desprendida del llanto del subcontinente. Y conocí Dikwela donde los celaneses han levantado un Buda que ellos creen que es el más grande del mundo. Pero, no lo es, porque después, conocí Leshan. Ahi, sí, los chinos de una dinastia perdida en la leyenda, labró un Buda en una montaña. Les tomó 99 años de paciencia labrarla y ese sí es el Buda mas grande del mundo: diez personas pueden pararse en la uña de cualquiera de los dedos de sus pies. Entonces, dije, ahora sí, ya no puede haber más, ahora si conozco todo el mundo. Pero, ahi no había nacido César Vallejo.

Hasta que un día, hasta que un dia, conocí Santiago de Chuco, una ciudad que no es como Nueva York ni como Dakar ni como París ni como Roma ni como Hong Kong ni como Banguí ni como Varsovia ni como Moscú ni como ninguna ciudad de ningún país del mundo, pero es más que todas esas ciudades del mundo.
Santiago de Chuco es una ciudad, como siempre la imaginé, porque tiene parte del cielo y de la tierra donde yo nací. Santiago es una ciudad andina del Perú, de calles tortuosas y casas con techos a dos aguas, con tejas rojas, y aroma exultante a eucaliptos envanecidos y pacharosas modestas, con pájaros salvajes y Ritas con el sabor andino a cañas del lugar; una ciudad de hombres imantados de una singular fuerza telúrica, cargados de sabidurías y éticas religiosas hasta en su manera de dar los días, dignidad hasta en sus sombreros y sus ponchos.
Entonces, dije, digo a los cuatro vientos que, ahora sí conozco el mundo, todo el mundo, porque en Santiago de Chuco del Perù, en una de sus calles, en una de sus casas o de sus rincones, nació uno de los poetas màs geniales del mundo en lengua castellana, lengua de Cervantes y del Mìo Cid. Sí, en Santiago de Chuco, que tanto quize conocer y que ahora ya conozco, nació el poeta César Vallejo, muerto en París, pero muerto inmortal. Santiago de Chuco, La Libertad (Perú), 2002.

TechnoratiTags: , , , , .

1 Comments:

Blogger Herbert Holguín (เฮอเบิร์ด) said...

Gracias por los ánimos, de veras... ni bien esté la página, la daré a conocer. un proyecto más inmediato será que MJO tengo su weblog. También lo divulgaremos pronto...

jue nov. 25, 12:22:00 a. m.  

Publicar un comentario

<< Home