((((@)))) El ojO del Camaleón.

Los papeles se pierden, el disco duro corre el riesgo de infectarse con algún virus. Algo peor y bueno a la vez, las ideas se reproducen en la mente como roedores. Y -sin importar lo interesantes que pueden ser- son reemplazadas por otras y relegadas al olvido en cuestión de segundos. Antes de que todo esto pueda acontecer, emplearé este blog.

viernes, agosto 25, 2006

CICATRICES CORPORALES

Uno, dos, tres y cuatro. Ese es el número de cicatrices por accidentes con cortes que tengo en todo el cuerpo. La profundidad de cada harida, la suficiente para ser cosida, para "suturarla", como dicen los médicos. Algo de hilo esterilizado, una aguja en forma de pestaña, anestesia local y la sensación de ser una tela durante hora y fracción. En las dos primeras ocasiones lloré como pocas veces en mi vida lo he hecho ante un dolor de origen físico. Casualidades de una existencia accidentada, se puede hacer una línea cronológica si se revisan de arriba para abajo.

UNO. just do it.
La primera está en la cabeza. En la nuca, finalizada la coronilla, más cercana a ella que al cuello. Desde hace casi una década suelo cortarme el pelo casi al ras y dejar que crezca por tiempo irregular. Salvo hace más de un año que luego de mucho tiempo fui al peluquero para que haga algo especial. Supongo que fue la influencia de haber estado en la ciudad en donde la imagen es todo y de que cortarme la peluca de cinco meses haya sido la única condición para que mi amigo Chauchú (made in Capón, Lima) me presentara a una chica búlgara a la que luego de saludar jamás volví a ver; el peluquero ruso de Staten Island descubrió el corte con el que más cómodo me he sentido.

Solía hacerlos yo mismo, los cortes, con una máquina y un espejo de herramientas, manera interesante de que el tiempo corra, excusa para desconectarse, meditar, pensar. Sin embargo, no recuerdo con exactitud desde cuándo voy al peluquero de mi barrio, cuyo nombre hasta hoy desconozco. Su chamba es sencilla, nada en especial, solo pasar la máquina con una cuchilla pequeña. Con el cortador anónimo se pueden analizar las noticias que pasan en Canal N o que leo en el periódico que siempre me alcanza. Es como mi medidor personal de la opinión pública. Alguna vez me ha pasado datos que me han ayudado en mi trabajo, es buena fuente. Nos estamos alejando del tema.

Sucede que cuando tengo el pelo corto, la cicatriz deja una marca parecida al símbolo de una marca de zapatillas. Cabeza de zapatilla o cabeza de caja de zapatos suelen ser chapas recurrentes en esas épocas. Ah, para la línea de tiempo: la cicatriz es lo que queda de cuando un cubo de madera se clavó en mi cabeza (no traspasó el cráneo, no alucinar gratis). Tenía tres años, salté de una de las mesas de mi guardería, aprovechando que las nanas no estaban, y casi como un presagio de mi futura torpeza en la actividad física, tropecé y... es fácil imaginar el resto. Una toalla llena de sangre, las nanas corriendo. Menos mal que la guardería era parte del hospital en donde trabajaba mi madre. Ya en el consultorio, solo recuerdo que tenía a mis dos primos, mi madre y mi tía haciéndome muecas y hablando de cualquier cosa para que el doctor haga su trabajo con tranquilidad. Por cierto, también recuerdo lo que se sentía cuando la aguja agujereaba mi piel, pero no cuando me sacaron los hilos.

Bajemos hasta la ceja derecha.

DOS. el corte dizque sexy.
En ella tengo un corte diagonal, más cercano a la horizontalidad que a los 90 grados. Sucede que a los seis años pude haber perdido el ojo. Esta vez se debió, nuevamente, a un tropiezo. Corriendo, en la puerta del salón, haciendo guardia a que la profesora llegara para evitar ser castigados por el caos que solo un salón de niños sin autoridad puede lograr. A lo lejos la vimos. Todo el mundo corre, busca su asiento. Yo corro, busco mi asiento. Un chino mayor que todos (estudié en colegio chino y solíamos tener a compañeros de ese país mayores que el resto por haber pasado por un ciclo de inclusión que los retrasaba algunos grados... digamos que mi colegio es la fábrica de los "mi pata el chino" de Lima). En fin, el chino este empuja a varios, entre ellos a mí (el chino tenía ciertos problemas de socialización, repetiría el primer grado). Veo cómo voy directo a la pata de una mesa.

Lloro, sangre. Una vez más, toallas rojas. El proceso médico fue más afortunado. Cómodo, quiero decir. La estrategia de la doctora fue apelar a mis conocimientos de matemática. "Oye, eres un capazo en sumas y restas eh!, todo un campeón, vas a ser ingeniero". ¡En verdad lo era! Pero pobre mujer, si me viera ahora, un alérgico a toda operación numérica. Alo mejor me estaba mintiendo, solo me decía eso para anestesiarme en una falsa gloria. Puede ser. No pude correr ni jugar por una semana.

Alguna vez una chica me dijo que le fascinaba ese corte en la ceja. "... me encanta, te da una mirada sexy". Me inclino más por la idea de que un elemnto adicional a ua parte del todo le da cierta irregularidad, cierto desbalance. No sé, ¿por algo debe ser que solo me lo han dicho una vez en mis 24 años de existencia? Creo que fue en compensación tras haberle dicho que me "entusiasmaba" su delicado cuello mientras se lo mordía gustoso.


TRES. hammurabi para dummies.
Creo tener cierta noción de justicia, pero esto fue el colmo. Ojo por ojo, diente por diente, es la única vez que he empleado el código de Hammurabi. Como toda experiencia tonta, tras el pasar del tiempo, parece instantánea, breve.

Tenía catorce años, tercer grado de secundaria, el mismo colegio chino. No recuerdo las palabras exactas de mi amigo L.A., solo que me ofuscaron. Probablemente no fue nada grave, a veces lo jodíamos sin sentido. En un momento, L.A. tiene clavada la punta de un lápiz en el brazo. Mi lápiz está sin punta. Mi explicación hubiera sido similar a la de los asesinos que consumaron su acción en un ataque de esquizofrenía "no sabía lo que hacía,en un segundo me desconocí por completo".

El gordo, L.A., amenazaba con delatarme.Cuidaba de que la punta permanezca clavada y así mantener intacta la prueba del delito. "Ya, gordo, mira, te doy mi lapicero, haz lo mismo, no me importa, es lo más justo que puede haber, no seas cabro", le dije. Al gordo le brillaron los ojos por un segundo, pero luego reaccionó.
-Oe, ¿estás huevón?
-Prefiero que me claves el lapicero en el brazo a que vayas a hablar con la coodinadora, pes' gordo cojudo.
-No, cabezón, yo igual le digo a la gorda (la coordinadora de los útlimos grados).
-Mira, tengo estos. ¿quieres el azul o el rojo?
-El azul, el rojo es solo para subrayar.
-Gordo cojudo.
-Oe, pero te va a doler.
-Entonces lo dejamos ahí, ¿no?
- Ni cagando, yo le digo a la gorda.
-Gordo marica, el dolor pasa en unas horas, pero que citen a mis viejos y armen un chongazo que durará semanas...
-Ya, ¿en dónde lo quieres?
-Donde sea, huevas, no es un tatuaje.

Escogimos el antebrazo izquierdo, no sé por qué. Las puntas cónicas de los lapiceros Faber Castell 033 suelen hacer orificios profundos en la carne humana si son direccionados a ella a grandes velocidades y con malas intenciones.
-Oe, cabezón, está sangrando.
-Au, mierda.
- ¿Te duele?
-Carajo, au.
(risas nerviosas)
-¿Es sangre?
-Sí, pes gordo, ¿qué va a ser?
-Oe cabezón, eres chusco, no eres de sangre azul como en la clase de historia que nos contaron que...
-Ya, ya, yoy al baño, me lavo y listo.
En vano, seguía sangrando. El proceso médico se inició luego de decidir ir a la enfermería del colegio.
Un amigo me clavó el lapicero en el brazo porque yo antes le clavé la punta de mi lápiz. No, eso no podía decir. Se me clavó una astilla de las carpetas, era una astillaza, grandota, pero me la saqué mientras lavaba la herida en el baño. Eso sí.

Esta vez la suturación no dolió. O era una buena anestesia o mi piel ya estaba curtida de cortes, "suturaciones" (palabrita aprendida) El proceso no tuvo nada digno que contar. Solo me dolieron los músculos durante los días siguientes, al mover los dedos.

CUATRO. la sangre en la cancha.
Sí, soy malo jugando al fútbol. Salvo el tiempo que estuve en la academia del equipo de mis amores, y los próximos meses de mi retiro porque tenia que estudiar, siempre he sido de los últimos que escogen en el yankempó para la formación de equipos. Lo único que me queda del crack que nunca fui es la numerosa serie de pataditas que puedo lograr con algo de suerte.
¿Quién no se ha hecho alguna herida jugando una pichanga, como le llamamos los peruanos a un partido de fútbol, fulbito (fútbol 6), entre amigos? La mía, una de tantas pero que viene al caso en esta ocasión es, por su puesto, un corte.

Ya se vio la de la cabeza, la ceja, el brazo. La ultima está en mi rodilla derecha. En épocas de mi recién fenecida vida universitaria, Estudios Generales Letras, fin de semana en la cacha de Ingeniería de Minas. Como nunca, había metido tres goles. Aunque, claro, me habré fallado unos diez o doce. No sé qué pasaba, estaba ágil, slataba, la paraba de pech, dribleaba, los pases iban directos, al pie del compañero. Creo que fui confianzudo con mi suerte. Claro, tenía 20 o 25 kilos menos que ahora, diecinueve años, pero no era para tratar de dar una vuelta entera con la pierna estirada por detener una pelota divida. El destino me dio la mano y me encaramé en el hombro. Seguro que iba a parar de cuclillas, en el peor de los casos. No. Salí de la cancha y la rodilla trató de incrustarse en el suelo como la punta del lápiz en las carnes del gordo. Una de las piedritas se incrustó. ¡Corte! No, no era una película.

Este si era medio preocupante, se abría y cerraba como un cuaderno cada vez que flexionaba la articulación. No podía caminar bien, me dolía al pisar, tenía solo dos soles en el bolsillo, no contaba con un celular. Mis amigos también eran igual de austeros por obligación que yo, casi una moda en estudiantes de clase media, que no trabjaban, en una universidad privada. El servicio médico estaba cerrado.

Hicimos chancha para pagar el taxi. Casualidad, fui a la misma clínica de la doctora que me auguró un futuro de ingeniero. En el trayecto seguí jugando con que mi rodilla era un cuaderno. La doctora esa ya no estaba. Pudo haberle pasado cualquier cosa, pero si se dedicó a leer las cartas, no debió haberle ido muy bien.

A MODO DE ACÁPITE. Lo mejor/peor suele ser distinto al resto
La peor herida no fue un corte. Tras seis años de generada, los tejidos aún no se restituyen del todo y se puede ver, dentro de un desnivel de la epidermis, cierta capa rosácea. ¿Da cosas? Agradecer que no describo cómo fue el accidente ni cómo quedó el tobillo derecho (donde está alojada). La chica que hizo la oda a mi ceja concordó con muchos al verla. "Qué asco", dijo.
También sería parte de la línea de tiempo. De ser así, queda poco espacio para que los accidentes dejen sus vestigios en orden cronológico y en dirección sur. Así sea. Por ahora me iré a dormir.

2 Comments:

Blogger Angel Castillo Fernández said...

Ja ja ja ja... maestro sí que tiene bien inventariadas las cicatrices!

Abrazos.

dom ago. 27, 02:29:00 a. m.  
Blogger Herbert Holguín (เฮอเบิร์ด) said...

hey!
es que hay "cortes" en la vida, tan fuertes… Yo "sí" sé!
jaja

mar ago. 29, 02:53:00 p. m.  

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