((((@)))) El ojO del Camaleón.

Los papeles se pierden, el disco duro corre el riesgo de infectarse con algún virus. Algo peor y bueno a la vez, las ideas se reproducen en la mente como roedores. Y -sin importar lo interesantes que pueden ser- son reemplazadas por otras y relegadas al olvido en cuestión de segundos. Antes de que todo esto pueda acontecer, emplearé este blog.

jueves, diciembre 09, 2004

TODO DICE QUE JAMÁS HABRÁ UN 'WILD ON' EN MORGANTOWN

Lo publiqué hace un tiempo... lo pongo de nuevo para demostrar que no solo es lo que se ve en las películas y para recordarme esta parte que a veces olvido... preparación mental que le llaman...
“Oh man, I hate this place”
Frase que escuché a muchos norteamericanos
“This country is the paradise, I love it”
Frase que escuché a muchos norteamericanos




Algunas semanas han pasado desde los primeros Welcome to America, buddy! Terminé odiando esa frase. Lograba hacer sentirme como beneficiado de una caridad que detestaba recibir. La Nochebuena tomando la última Inca Kola y una sopa Ramen, en la fría habitación de un Hotel idéntico al de Norman Bates, de Psicosis, hizo extrañar como nunca esas ceremonias familiares, aquellas que alguna vez señalé como estúpidas y de gastos banales. La nieve ya era fastidiosa y común. Los tres peruanos (Leigh, Yamashiro y Holguín, todas las sangres) dejamos de escribir Perú sobre ella y de tomarle fotos. El hielo –causante de patinadas y caídas de cóccix– recibía las primeras maldiciones en inglés, aunque nunca tan pasionales como un palabrón en español.

En el trabajo, sonrisa y voz servicial hipócritas, May I help you, sir, welcome to Starbucks, tenían que mantenerse ocho o más horas seguidas. Los treinta minutos de descanso los empleaba fumando uno, dos o tres cigarro (por fin probaba los deliciosos Pall Mall) y trataba de ignorar los grados bajo cero detrás de la gran tienda. Era eso o soportar a Suzie, la maciza manager de doscientos kilos que trataba de convencerme para salir.

En la semana inicial ya había tenido las primeras quejas de clientes: mi mediocre inglés a veces confundía maam con mom. Aún veo a las ofendidas diciéndole muy cortésmente al manager general, el viejo Vasile, que me enseñen a pronunciar bien, que puede haber otra persona que lo vea como una real ofensa el decirles, en lugar de señora, mami o mamita.

Así fueron mis primeros días entre Morgantown y Elverson, en Pennsylvania.
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'Wild On' es un programa que al Perú llega por cable. Visita diversos lugares de EEUU y del mundo. Durante su estancia busca el exceso, goce y hedonismo en discotecas, paisajes y personajes. Si hay un sitio en donde jamás se haría una edición de 'Wild On' sería en pueblos como este. Todos los jóvenes de Morgantown y de los poblados aledaños harían lo imposible por irse lejos. Es comprobable con Marlene, Erick y Michelle, quienes están postulando a becas en las universidades de las grandes urbes y se irán a trabajar a otro lado si no las logran. Seguirán los pasos de sus hermanos mayores, a quienes ven cada vez menos, una ocasión cada año o dos. This place sucks, man, me dicen casi en coro mientras compartimos los ahora más entrañables descansos de media hora y los Pall Mall.

Morgantown es un poblado sin jóvenes y es difícil imaginarlo con ellos. Los pocos que quedan ya están dejando de serlo. Son los padres de los niños que miran absortos a las tres únicas personas que no andan en carro entre la nieve, algo inaudito para ellos. No es para menos, esos tres individuos usan guantes con figuras de llama y son los primeros a los que ven usar los únicos cien metros de vereda que hay en todo el pueblo. Uno de aquellos infantes suelta una segunda pregunta, Peru? Where is it, in Africa?, la misma que minutos antes hizo Elisha, la señora de casi cuarenta años, encargada de la biblioteca del pueblo. En Morgantown solo hay amplias pistas y casas iguales, como las del barrio que ideó Tim Burton para 'El Hombre Manos de Tijera'.

La noción que los latinos tenemos de pueblo fue heredada de los españoles: manzanas dispuestas en forma de damero, con una plaza central en la que hay una iglesia y algún edificio público. Pueblos como Morgantown y Elverson –cercano al primero y en donde estaba el Travel Plaza, donde nos esperaba todos los días la gorda Suzie (ahora invitaba a dos)– son tan solo un puñado de casas en algún punto de una carretera. Por lo general, el cementerio es la parte trasera de la iglesia (ubicada indistintamente) y los fast food reinan en sus bordes. Algunas comunidades Amish y Menonitas, que aún usan carretas y practican la endogamia, viven cerca. Se les puede ver como empleados del supermercado o también manejando bicicleta. Reciben una educación distinta a la del resto y es fácil reconocerlos: los hombres se dejan barba y usan sombrero y tirantes, mientras que las mujeres no se depilan las piernas y tienen el pelo recogido en un pequeño gorro.
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Ya en Lima, luego de algunos meses de mi regreso, vi Elephant, de Gus Van Sant. Por un momento me sentí como en Morgantown. Gente indiferente, que puede hablar, pero que no se comunica. El frío se apoderó de mí en la sala. Lo de Columbine bien pudo haberse dado en cualquiera de estos lugares. Un señor manejando, su esposa de copiloto acariciando un perrito y su hijo atrás, pensando cómo acabar con tanta perfección maquillada. Aparte de saludos, de preguntas y respuestas automáticas, no han hablado por horas.
La frialdad inicial de estos norteamericanos se confunde con la de la nieve que los suele rodear a principios de año. Creería que el clima define su personalidad, pero me dicen que en verano el promedio es de cuarenta grados Celsius y descarto la teoría antes de seguir maquinándola. O acaso sí funcione: en estos lugares, los extremos no son extraños, las ideas y pensamientos bien pueden estar coloreados, algunos de blanco y otros de negro, tan opuestos y naturales como las temperaturas del verano y el invierno.