((((@)))) El ojO del Camaleón.

Los papeles se pierden, el disco duro corre el riesgo de infectarse con algún virus. Algo peor y bueno a la vez, las ideas se reproducen en la mente como roedores. Y -sin importar lo interesantes que pueden ser- son reemplazadas por otras y relegadas al olvido en cuestión de segundos. Antes de que todo esto pueda acontecer, emplearé este blog.

viernes, diciembre 15, 2006

SEGUNDO MOLAR, HUBIERA SIDO BOXEADOR

Escribo estas líneas mientras una de mis encías está desnuda por segunda vez y, en esta oportunidad, para siempre. La primera fue antes de que vean la luz los dientes de leche, como en todo ser humano.

La encía, como un pésimo alumno de música, sigue con retraso el ritmo del maestro, el corazón en este caso. Palpita cuando le da la gana y acaba de hacerlo hace unos ocho segundos. y acaba de volver a hacerlo.

La muela que la acompañó por un puñado de años la ha abandonado para siempre, como dijimos. Ocurrió esta mañana. Fui al dentista a que me saquen la muela del juicio, o tercer molar, como el amigo odontólogo la llama. La del juicio sigue ahí; en cambio, salí con el inicio del fin de lo que generó mi negligencia y falta de cultura de profilaxis bucal. Con complicidad del peor profesional de las muelas con el que me pude topar en el verano de 1999, en Cajamarca: dejó cinco pedazos de metal al interior de la muela que hoy ya no existe.

La negligencia médica de ese imbécil a quien denunciaría de estar en un país civilizado, se coludió con mi dejadez. Por ejemplo, en la universidad pague cincuenta soles cada semestre (algo de 15 dólares), pero solo fui dos veces. "Eres un dejado, a veces parece que no te quieres, las muelas son lo más valioso que se tiene", me recriminó mi madre cuando acabé de estudiar y hace media hora.

Ser peruano no me lo quitará ni la muerte, y con orgullo. Pero algunos defectos acarrea este privilegio, como el de buscar la solución fácil, inmediata, pero que a largo plazo . En sencillo: un clavo de olor en la muela dolorosa es el mejor analgésico del mercado, y el más barato.

En Pennsylvania encontré en un supermercado un gel que, puesto en la muela dolorosa, desterraba los malestaras por una buena temporada. Cuando me mudé a Nueva York, aún me quedaba algo del gelcito milagroso. Un día en que el trabajo fue más pesado que de costumbre, había que limpiar toda la cocina, paredes y techos incluidos, y el dolor empezó y la sustancia viscosa se había acabado.


El dueño del restaurante me dijo que vaya al consultoro de un dentista, amigo suyo, que no me preocupe por los gastos, que me los descontaría de mi sueldo y que si era deamsiado para mis bolsillos de latino recién llegado a la Gran Manzana, que solo me cobraría una parte. El papel en el que el gringo escribió la dirección me dio miedo: El consultorio quedaba en una de las calles cincuenta, en el piso veinte de un edificio. Traducido: cerca del Times Square. Más traducido: carísimo. Ni fui. Tampoco lo hice porque sabía que a lo mejor jamás terminaría de pagarle a Collin, el dueño, pues pronto volvería a Lima. Y ahí quedó todo. El dolor pasó. Tal vez por mis pronósticos de los gastos potenciales.

De vuelta a Lima la muela empezó a partirse. Comiendo, masticando chicle, hablando. Mensaje del cuerpo: "oye, busca ayuda". La dejadez volvió. y Volvía a tener a la mano los clavos de olor. Ya me estaba acostumbrando a masticar por el otro lado. "Como si no fueras un profesional, pareces ignorante, oye", me dijo una de mis tías más queridas cuando le conté esto. Y le doy casi toda la razón, no toda pues creo que ser o no ser profesional no siempre es garantía de tener más o menos virtudes. Es como decir que a todos los que les salen pecas en el verano son así o asá.

Falta parte de la historia, pero para qué ahondar en más detalles. La muela se fue para nunca más volver. Lo único rescatable de todo esto: fue necesario tres dentistas para despegarla de su guarida (casi una versión bucal de Túpac Amaru jalado por los cabalos). Uno de los compañeros odontólogos dijo algo asi como "¡Carajo! oye, esos huesos te van a durar mil años, compadre, están durísimos... hubieras sido boxeador, nadie te noqueaba o al menos antes ya le fracturabas las mano". Otra lección: ya me siento más responsable.